El propósito de Dios para los niños que crecen en nuestros hogares es más amplio, más profundo y más elevado de lo que ha logrado abarcar nuestra restringida visión.
En lo pasado, Dios ha llamado a personas del origen más humilde a las cuales consideró fieles, para que dieran testimonio acerca de él en los sitios más encumbrados del mundo.
Y más de un muchacho de hoy día que se esté desarrollando como lo hacia Daniel en su hogar de Judea, estudiando la Palabra de Dios y sus obras, y aprendiendo lecciones de servicio fiel, se hallará aún ante asambleas legislativas, en tribunales de justicia o en cortes reales, como testigo del Rey de reyes.
Multitudes serán llamados a ejercer
un ministerio más amplio.
El mundo entero se abre al Evangelio. Etiopía tiende sus manos a Dios. Desde el Japón, la China y la India, de los países que aún están en tinieblas en nuestro continente, de toda región del mundo, llega el clamor de corazones heridos por el pecado que 263 ansían conocer al Dios de amor.
Hay millones y millones que no han oído siquiera hablar de Dios ni de su amor revelado en Cristo. Tienen derecho a recibir ese conocimiento. Tienen tanto derecho como nosotros a participar de la misericordia del Salvador.
Y a los que hemos recibido este conocimiento, junto con nuestros hijos a quienes podemos impartirlo, nos toca responder a su clamor.
A toda casa y toda escuela, a todo padre, maestro y niño sobre los cuales ha brillado la luz del Evangelio, se formula en este momento crítico la pregunta que se le hizo a Ester en aquella crisis decisiva de la historia de Israel: "¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?"*Ester 4:14. EGW ED MHP
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